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Jennifer Rebasti

Procrastinación por perfeccionismo y la cura del arte

Siempre fui perfeccionista. Es un hábito muy mal llevado que me ha dado maravillosos placeres como terribles disgustos. Lo veo como una cualidad asociada a gente detallista y dedicada a sus tareas con suma atención, pero también es un adjetivo que me ha vuelto esclava de horas laborales excesivas, pocas noches de buen sueño, frustración, enfermedad y desconexión con el presente.


No quiero entrar en detalles sobre como viví el perfeccionismo en la infancia porque ese es otro capítulo que se lo reservo a mi terapeuta. Lo que sí quiero destacar es como vinculé la procrastinación con esta cualidad logrando una nueva mutación de la postergación irracional en mi vida: la procrastinación por perfeccionismo. 


El ciclo de la procrastinación puede verse algo así.

Vamos por partes:


¿Qué es la procrastinación? 


Procrastinar es un comportamiento de evasión. Es posponer con intención, una tarea, reemplazándola por otra más agradable o con una victoria asegurada e inmediata. Sin duda alguna, forma parte de un autosabotaje que acorta considerablemente el tiempo que disponemos para completar tareas importantes. Esto se asocia con el estrés, reduce el rendimiento y puede provocar malestar físico y psicológico.


¿Por qué pasa?


Este problema tiene una raíz emocional. Hacerle frente a emociones desafiantes y estados de ánimo negativos no va de la mano con nuestra generación que produce exceso de dopamina y serotonina. Por eso, hoy se habla de este tema que antes nos acechaba pero en menor medida.


Nos encontramos en el 2024 con una estimulación e inmediatez constante, todo a un clic de distancia, una película resumida en un reel de 30 segundos, como conquistar el mundo en 1 minuto (este ejemplo es exagerado y falso, porque nunca lo vi, pero estoy segura que a Pinky y Cerebro les hubiera servido).


Por todo esto, una tarea que nos demanda más inversión de tiempo, nos abruma.

Podemos sentir desde ansiedad por terminar algo que ni empezamos hasta miedo de que la tarea supere nuestros recursos para afrontarla y nos encontremos con un posible fracaso. En definitiva, posponemos las sensaciones que esa actividad nos provoca.


¿Lo hago ahora o lo dejo para después?

Ahora si, la procrastinación por perfeccionismo es entonces en mi caso, postergar tareas por la necesidad de hacerlas perfectas, no terminarlas porque siempre pueden estar mejor o ni siquiera empezarlas porque ya intuyo el nivel de perfeccionismo que voy a imprimirle y eso me estresa por demás, dejándolo para después. Un después que probablemente nunca llegue.


Esta postergación de tareas por una satisfacción a corto plazo no comprende de lógica. No trates de entenderla. La satisfacción a largo plazo le resulta tediosa y sin sentido a la procrastinación. Casi como una lucha entre un infante y una persona adulta en un experimento: cada uno, exponiendo argumentos para convencerse entre si, sobre si hay que comerse la golosina ahora o esperar una hora y en consecuencia ganarse una caja con más.


Cualquier cosa genera más placer que la tarea en si.

Siempre esperando “estar inspirada” o “disponible” para tareas que me resultaban estresantes, aburridas, abrumadoras o desafiantes, fui alimentando un monstruo.

Estaba dándole de comer a un parásito que se alimentaba de inseguridades, de correcciones, de nuevas tendencias, de dudas, del síndrome del impostor, etc. generando un hábito difícil de cortar.


Su voracidad seguía devorando horas de sueño, series, tiempo de ocio, de alimentación propia, ansiedades y crisis existenciales que no tenían motivos aparentes.

Cuando la inspiración llegaba, ¡ahh, ahí si que lo entregaba “perfecto”! (que ingenua, seguía creyendo que la perfección existía en alguna dimensión aparente).

Conectar con un momento artístico que nos traiga al presente donde no existe el error.

¿Cómo me desparasité de la procrastinación por perfeccionismo?


Tengo una amiga que tiene mucho miedo a despeinarse. Casi terror. Parece una muñeca de porcelana. Su pelo es una roca. Ni el viento se siente con derecho a soplar muy cerca.

Siempre pensé, ¿cómo se curaría una inseguridad tan grande? Y me nacían unas estrepitosas ganas de despeinarla. Nunca lo hice. Pero como de todo lo que me pasa alrededor, recojo ideas.


La cura del arte


Mi amiga me sirvió para darme la pauta que para curar a una creativa perfeccionista, habría que despeinar su obra. Y eso fue lo que hice. Resignifiqué conceptos del arte que me regalo el maravilloso Rick Rubin, en su libro “El acto de crear: una manera de ser” y les imprimí algunas conclusiones propias.


Avanzar es una forma de considerar cada acto creativo como un escalón hacia algo superior. Ninguna creación nos define. Todo es un comienzo para la siguiente obra. No jugamos para ganar, jugamos para jugar. Una forma de superar las inseguridades es etiquetarlas. Rick habla del concepto de papancha: tendencia a la avalancha del parloteo mental.


Escuchamos muchas voces. Tenemos que callar a la que pide perfección y dejar hablar a la que desea progresar. Tu deseo de subir de escalón tiene que ser mayor que tu miedo a hacerlo. Las imperfecciones que surgen hacen buenas las obras. Cuando creemos que algo encontró su perfección, quizá ya no lo amemos. Amábamos la obra de antes porque así era perfecta. Con los detalles que la hacían especial.

El arte no tiene que ser perfecto.

Tu creación es una verdad que vive dentro de vos y se incrusta dentro de tu acción. Es la congruencia de un propósito. Y como el objetivo del acto creativo no es encajar, sino amplificar las diferencias ¿con qué te comparás para establecer “la perfección”?


El arte es ese viento que te despeina. No tiene reglas. No tiene resultados buenos ni malos. No hay error. Los espacios creativos, el collage, la escritura que nadie leerá, decorar una agenda, dibujar garabatos, pintar un mueble, son todos actos que nos sacan de una supuesta perfección porque son un fin en si mismo, que nos provocan placer por el mero hecho de conectarnos con el presente.

El zentangle se vincula con la reducción del estrés y la estimulación de la creatividad.

De esa forma, dejo de buscar la perfección y me entreno para solo hacer lo que me permite expresarme y admirarlo por su belleza intrínseca sin necesidad de que sirva para otro fin más que para ser arte. Una vez rota la cadena del mal hábito, vuelvo a la vida cotidiana recordando la otra etapa casi que con gracia.


De a poco, mi perfeccionismo fue dejando lugar a mi ser creador y hoy, sigo procrastinando, (porque este parásito tiene muchas aristas) pero nunca más lo hago por buscar la perfección. Porque la perfección no existe, solo existe gente intentando subir un escalón más o gente que se rehúsa a hacerlo.


¿Vos todavía estás luchando con tu perfeccionismo o ya subiste de piso?

 

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